viernes, 7 de junio de 2013

Gabriel Gallegos Valdés



Muy buenas noches.

Parafraseando a Bertrand Russel, y poniendo en mi voz, las reflexiones de Don Gabriel Gallegos Valdés; hombre, amigo, padre, suegro y abuelo, en su cotidianidad, digo: “Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la Humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación”
Siguiendo el orden de prioridad, luego de las pasiones enunciadas, se impone mencionar un hito que siempre lo mantuvo angustiado: el haber tenido que nacionalizarse costarricense, siendo profunda y dolorosamente salvadoreño. Puedo dar fe que Don Gabriel nunca interiorizó de buena manera el exilio y nunca se reconcilió con esa realidad. Tan es así que los momentos de humor y de entusiasmo, un día sí y otro también, lo trasladaban a su querido terruño: nos contaba sobre su militancia, su compromiso, la cárcel y la represión sufrida por él y por sus compañeros sacrificados en la lucha por una patria democrática. Las patadas certeras en su rostro por parte de sus verdugos, al describírnoslas, lo hacían reír de manera desafiante y nos decía: “me dejaban viendo estrellitas esos bellacos”
 Aquí en C.R. el Gabriel vivaz, enérgico y disciplinado, sólo se reflejaba en ciertos ritos que cumplía cual jesuita con una misión encomendada: nunca, en sus largos treinta años de funcionario público en el Ministerio de Hacienda, llegó tarde, por ejemplo. Tanto impresionó este comportamiento, que el ministro de turno le entregó un premio por ello en un acto solemne. Este asunto me obliga a contarles que, en una ocasión, debió ir al médico de la seguridad social, obligación que lo atormentaba porque le quitaba horas al trabajo. Así las cosas, resolvió acudir a la cita a las seis de la mañana para no robarle horas a su cargo. Cuando llegó, el médico le preguntó la razón por la que no pedía cita después de las siete de la mañana, como todos los burócratas. Don Gabriel le explicó su manía de nunca restarle tiempo a sus responsabilidades laborales. Esta explicación enfureció tanto al médico que le dijo: pero,¿ usted no se percata que si falta horas al trabajo no pasa nada en la burocracia; en tanto que a nosotros nos obliga a atender pacientes tempranísimo?  Don Gabriel, como quienes lo conocieron pueden suponer, le contestó: sí, yo sé que mi función no me eleva ni a tuerca, pero, aun así, no me gusta faltar nunca. Lo odiaron por ello los médicos de la Caja.
Los últimos días de don Gabriel fueron de una vida consciente, con dolor del alma y de su humanidad, con flaqueza y privaciones de confort, pero siempre estuvieron presentes en su comportamiento la ensoñación y el humor: hace unas semanas nos comentó que había soñado que entraba a Caracas con el libertador Bolívar y que éste le decía a las puertas de la ciudad: Don Gabriel, pase usted, y él le respondía, no mi general, pase usted. Esto lo hizo reír como pocas veces lo hizo.
En momentos de dolor y deterioro físico, una mañana dijo a sus hijos gemelos quienes lo cuidaban por las noches entre semana: “Apúrense, báñenme, alístenme pronto porque Hugo Chaves Frías pasa ahorita por mí para acudir a una reunión muy importante”. Por supuesto que lo alistaron con todo amor, ese día y los que vinieron hasta el final. Claro, nunca para reuniones de alto nivel, ni para reconocerle en vida lo que hizo por su país, sino para arroparlo con amor en su partida física de este mundo, el día 24 de mayo próximo pasado, como decía él.
Muchas gracias en nombre de toda su familia aquí presente y de quienes viven en El Salvador y no pudieron estar aquí esta noche.

San José, C.R. 7 de junio de 2013