Muy buenas noches.
Parafraseando a Bertrand
Russel, y poniendo en mi voz, las reflexiones de Don Gabriel Gallegos Valdés;
hombre, amigo, padre, suegro y abuelo, en su cotidianidad, digo: “Tres pasiones
simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de
amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento
de la Humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de
acá para allá, por una ruta cambiante sobre un profundo océano de angustia,
hasta el borde mismo de la desesperación”
Siguiendo el orden de
prioridad, luego de las pasiones enunciadas, se impone mencionar un hito que
siempre lo mantuvo angustiado: el haber tenido que nacionalizarse
costarricense, siendo profunda y dolorosamente salvadoreño. Puedo dar fe que
Don Gabriel nunca interiorizó de buena manera el exilio y nunca se reconcilió
con esa realidad. Tan es así que los momentos de humor y de entusiasmo, un día
sí y otro también, lo trasladaban a su querido terruño: nos contaba sobre su
militancia, su compromiso, la cárcel y la represión sufrida por él y por sus
compañeros sacrificados en la lucha por una patria democrática. Las patadas
certeras en su rostro por parte de sus verdugos, al describírnoslas, lo hacían
reír de manera desafiante y nos decía: “me dejaban viendo estrellitas esos
bellacos”
Aquí en C.R. el Gabriel vivaz, enérgico y
disciplinado, sólo se reflejaba en ciertos ritos que cumplía cual jesuita con
una misión encomendada: nunca, en sus largos treinta años de funcionario
público en el Ministerio de Hacienda, llegó tarde, por ejemplo. Tanto
impresionó este comportamiento, que el ministro de turno le entregó un premio
por ello en un acto solemne. Este asunto me obliga a contarles que, en una
ocasión, debió ir al médico de la seguridad social, obligación que lo
atormentaba porque le quitaba horas al trabajo. Así las cosas, resolvió acudir
a la cita a las seis de la mañana para no robarle horas a su cargo. Cuando
llegó, el médico le preguntó la razón por la que no pedía cita después de las
siete de la mañana, como todos los burócratas. Don Gabriel le explicó su manía
de nunca restarle tiempo a sus responsabilidades laborales. Esta explicación
enfureció tanto al médico que le dijo: pero,¿ usted no se percata que si falta
horas al trabajo no pasa nada en la burocracia; en tanto que a nosotros nos
obliga a atender pacientes tempranísimo?
Don Gabriel, como quienes lo conocieron pueden suponer, le contestó: sí,
yo sé que mi función no me eleva ni a tuerca, pero, aun así, no me gusta faltar
nunca. Lo odiaron por ello los médicos de la Caja.
Los últimos días de don
Gabriel fueron de una vida consciente, con dolor del alma y de su humanidad,
con flaqueza y privaciones de confort, pero siempre estuvieron presentes en su
comportamiento la ensoñación y el humor: hace unas semanas nos comentó que
había soñado que entraba a Caracas con el libertador Bolívar y que éste le
decía a las puertas de la ciudad: Don Gabriel, pase usted, y él le respondía,
no mi general, pase usted. Esto lo hizo reír como pocas veces lo hizo.
En momentos de dolor y
deterioro físico, una mañana dijo a sus hijos gemelos quienes lo cuidaban por
las noches entre semana: “Apúrense, báñenme, alístenme pronto porque Hugo
Chaves Frías pasa ahorita por mí para acudir a una reunión muy importante”. Por
supuesto que lo alistaron con todo amor, ese día y los que vinieron hasta el
final. Claro, nunca para reuniones de alto nivel, ni para reconocerle en vida
lo que hizo por su país, sino para arroparlo con amor en su partida física de
este mundo, el día 24 de mayo próximo pasado, como decía él.
Muchas gracias en nombre de
toda su familia aquí presente y de quienes viven en El Salvador y no pudieron
estar aquí esta noche.
San José, C.R. 7 de junio de
2013